Es común la inseguridad en los artistas. El arte es un camino tortuoso de altas y bajas. Al terminar una obra, el artista puede experimentar la más intensa de las satisfacciones, seguida del más desolador de los fracasos, especialmente cuando no encuentra la respuesta que esperaba. A pesar de que el público tiende a idealizar la imagen del artista para hacerla congruente con su idolatría, el artista suele enfrentarse a grandes problemas existenciales que lo persiguen durante toda su vida. La creatividad, la emoción y la sensibilidad son estados sutiles y cambiantes que lo sumergen en un mundo ideal y subjetivo, difícil de compaginar con las exigencias de un mundo real, objetivo y funcional.
En su idilio, el artista puede pensar que crea para sí mismo, sin saber que es un poderoso catalizador de su momento histórico;
El artista crea desde su trinchera idealista, desde la fábrica de sus sueños, en el presente de su soledad, recopilando experiencias buenas y malas, mezclando igual que un químico alegrías y tristezas en el laboratorio de su mente en que experimenta y falla, triunfa y cede, se encuentra y se pierde. Los errores van puliendo secretamente su maestría, que los aciertos dibujan con mayor claridad. En ese momento de total sumisión a los dictámenes de la creatividad, no piensa en mostrar su obra al mundo. Sin embargo, tarde o temprano se enfrenta con ese dilema.
En su idilio, el artista puede pensar que crea para sí mismo, sin saber que es un poderoso catalizador de su momento histórico; sin saber que el momento de enfrentar su obra con un público es ineludible, sin saber que será un privilegio y al mismo tiempo una responsabilidad. En momentos de efervescencia creadora, el artista se considera a sí mismo como el salvador del mundo. Crítico social por excelencia y un inconforme por naturaleza, piensa que su arte es herramienta de transformación de la sociedad, pero ante la resistencia de la misma sociedad para ser transformada, ante la lucha que significa el arte y vivir del arte, no puede evitar encontrarse con el muro oscuro de la frustración. El artista se encuentra siempre en un punto de debilidad tratando de atravesar ese muro y de fortalecerse, luchando contra corriente y manteniéndose a flote, eternamente protagonizando las primeras filas de esta lucha, de esta revolución que es el arte.
En palabras del artista visual Jon Juanma “Arte revolucionario significa arte comprometido con la transformación revolucionaria del mundo [… ] una fuerza cultural que ayude a tomar conciencia, impulso, valentía e incluso alegría a los hombres y las mujeres del mundo, para afrontar esa noble y difícil tarea.”
Noble y difícil tarea sin duda y poco valorada por una sociedad basada en patrones económicos, que instaura en el artista un terrible y permanente sentimiento de incertidumbre. A esto el artista no es inmune. Es al mismo tiempo un factor que lo afecta y el motor que lo propulsa.
Van Gogh es la representación fiel del artista insaciable cuya fiebre creativa forcejea -para mantenerse viva- entre dos franjas de la realidad, la que ensombrece y la que exalta la brillantez de su genio.
La Noche Estrellada de Vincent Van Gogh.
Existen muchos casos en la historia del arte en que los artistas han pasado por momentos de inseguridad que los han llevado al borde del suicidio, crisis mentales, o bien un bloqueo creativo temporal o permanente. El Dr. Richard Kogan, pianista virtuoso y un distinguido psiquiatra ha dedicado su vida a estudiar la relación entre la creatividad artística y las enfermedades mentales. En sus conferencias cita a Beethoven con sus ataques recurrentes de paranoia; Tchaikovsky, que tenía brotes de depresión suicida; Robert Schumann, que sufría una permanente oscilación de estados de ánimo, que lo llevaría a terminar su vida en un asilo mental y, el caso más impresionante: Sergei Rachmaninnof, quien después del fracaso de su primera sinfonía dejara de escribir completamente por sentir que no valía la pena como compositor, y que después de una sesión de terapia con el psicoanalista Nikolai Dahl, escribiera las páginas más bellas del repertorio concertístico, con su segundo concierto para piano.
El poeta Antonin Artaud escribió sobre la obra de Van Gogh: “[…] paisajes de fuertes convulsiones, traumas frenéticos, como un cuerpo cuya fiebre trabaja para llevarlo a la salud exacta”. Van Gogh es la representación fiel del artista insaciable cuya fiebre creativa forcejea -para mantenerse viva- entre dos franjas de la realidad, la que ensombrece y la que exalta la brillantez de su genio.
A pesar de reconocer que la batalla del arte es interminable, y que exige del artista un carácter con temple y tolerancia a la frustración, hay veces que el artista sucumbe ante el cisma que estas dos realidades producen en su espíritu, y no puede más. En muchas otras, irrumpe vencedor para establecer y mantener una ráfaga creativa permanente y duradera. .
Si la vida es frágil, el arte también y mientras haya vida, el conflicto de los artistas nunca terminará. También es posible que su obstinada inconformidad con el mundo y su deseo de mejorarlo, sea la principal fuente de inspiración y el motor que los mantiene creando sin cesar.
Termino con una reflexión en la que se refleja la dualidad profunda en la que vive el artista.
El artista es fiel representante de todo lo opuesto.
Tiende a lo más elevado del espíritu , pero también tiende a la soledad.
De un estado eufórico creativo, puede caer de repente en la tristeza de la incomprensión.
Obsesionado por definir, con la más pura exactitud técnica, la más impreciso de un sentimiento o de una emoción.
En su mente debe conciliar ángeles con demonios, luz con oscuridad, experiencias con sueños.
A veces debe tocar fondo para tocar el cielo y en su arte se siente libre pero, a veces, también se siente preso.
Alex Mercado.